El viajero interestelar que sorprendió al mundo: 2I/Borisov

En agosto de 2019, los astrónomos anunciaron un descubrimiento histórico: un cometa con una trayectoria tan peculiar que no pertenecía a nuestro sistema solar. Fue hallado por el astrónomo aficionado ucraniano Guennadiy Borisov, quien lo detectó con su telescopio casero desde un observatorio en Crimea. De ahí su nombre oficial: 2I/Borisov, siendo la "I" indicativa de “interestelar”, es decir, proveniente de más allá del dominio gravitatorio del Sol.
Hasta entonces, solo se había confirmado un objeto interestelar: 1I/ʻOumuamua, en 2017. Pero mientras aquel tenía un aspecto rocoso y enigmático, 2I/Borisov mostró de inmediato las características clásicas de un cometa: un núcleo helado que, al acercarse al Sol, comenzó a liberar gas y polvo, formando una coma brillante y una cola inconfundible.
Este hallazgo fue celebrado como una oportunidad única de estudiar un pedazo intacto de otro sistema estelar, un mensajero cósmico que traía consigo pistas sobre cómo se forman los planetas y los cometas en lugares distintos al nuestro.
La trayectoria y el origen del cometa
Un visitante de paso
Los cálculos orbitales fueron contundentes: 2I/Borisov sigue una trayectoria hiperbólica, con una excentricidad mayor que 3, lo que significa que nunca quedará atrapado por el Sol. Su velocidad relativa de entrada al sistema solar era de unos 32 km/s, demasiado alta para que pudiera haberse originado aquí.
Pasó por el perihelio, el punto más cercano al Sol, en diciembre de 2019, a una distancia de unas 2 unidades astronómicas (aproximadamente el doble de la distancia Tierra-Sol). Luego continuó su viaje hacia el espacio profundo, alejándose de nosotros para siempre.
¿De dónde vino?
Aunque es imposible rastrear con precisión su sistema estelar de origen, los estudios sugieren que 2I/Borisov podría haber sido expulsado hace millones de años de una región lejana de su estrella madre, tras una interacción gravitatoria con un planeta gigante. Su trayectoria actual apunta a que proviene de la constelación de Casiopea, aunque esta pista es solo orientativa.
Lo fascinante es que su composición nos da una ventana directa a los procesos que ocurren en discos protoplanetarios de otras estrellas, los lugares donde nacen los mundos.
Composición y estructura
Un cometa “típico” pero de otro sistema
Las observaciones realizadas con telescopios como el Hubble y el Very Large Telescope (VLT) revelaron que 2I/Borisov está compuesto por materiales comunes a los cometas de nuestro propio sistema: agua congelada, monóxido de carbono, cianuro y polvo rico en silicatos.
Sin embargo, llamó la atención la gran abundancia de monóxido de carbono, mayor que la de muchos cometas solares. Esto podría indicar que 2I/Borisov se formó en una región extremadamente fría de su sistema estelar, quizá más lejana que la que ocupa nuestro cinturón de Kuiper.
Un núcleo pequeño pero activo
Se estima que su núcleo mide entre 0,4 y 1 kilómetro de diámetro, relativamente pequeño en comparación con otros cometas. A pesar de su tamaño modesto, expulsaba grandes cantidades de gas y polvo, mostrando una actividad sorprendente.
Esta intensidad sugiere que su superficie estaba cubierta de hielos muy volátiles, que al calentarse rápidamente generaban chorros visibles incluso a grandes distancias del Sol.
Qué nos enseñó sobre los cometas y el cosmos
Una confirmación cósmica
El hallazgo de 2I/Borisov confirmó lo que los astrónomos sospechaban desde hacía décadas: que los sistemas planetarios expulsan de forma habitual objetos helados y rocosos al espacio interestelar. Estos vagabundos cósmicos viajan sin rumbo fijo hasta que, por casualidad, se cruzan con otra estrella, como ocurrió con el nuestro.
Esto implica que el espacio entre las estrellas está mucho más “poblado” de lo que pensábamos, lleno de pequeños fragmentos que contienen la memoria química de sus lugares de origen.
Claves para el origen de la vida
El hecho de que 2I/Borisov transportara compuestos orgánicos simples refuerza la idea de que los ingredientes básicos de la vida no son exclusivos de la Tierra ni del sistema solar. Si tales moléculas son comunes en cometas de otros sistemas, la probabilidad de que existan mundos habitables en la galaxia aumenta considerablemente.
En este sentido, 2I/Borisov no es solo un visitante fugaz, sino un recordatorio de que las piezas del rompecabezas cósmico de la vida están esparcidas por todo el universo.
Comparación con 1I/ʻOumuamua
Dos viajeros, dos misterios distintos
El primer objeto interestelar detectado, 1I/ʻOumuamua, causó gran controversia por su forma alargada y su extraña aceleración no gravitatoria, que algunos llegaron a interpretar como una posible nave interestelar. Sin embargo, nunca mostró cola ni actividad cometaria clara.
En contraste, 2I/Borisov fue inequívocamente un cometa: su coma y cola lo delataban a simple vista en los telescopios. Si ʻOumuamua dejó preguntas abiertas, Borisov nos ofreció respuestas tangibles sobre la naturaleza de los objetos interestelares.
Un patrón emergente
Lo interesante es que con solo dos ejemplos ya se confirma la diversidad: algunos viajeros serán rocosos, otros helados, y seguramente habrá más tipos aún por descubrir. Cada uno aportará información distinta sobre la variedad de condiciones en los sistemas estelares de nuestra galaxia.
El legado de 2I/Borisov
Un regalo para la ciencia
Aunque 2I/Borisov ya se aleja rumbo a la oscuridad del espacio interestelar, su legado permanece en la enorme cantidad de datos recopilados. Durante meses, fue observado por cientos de telescopios en todo el mundo, desde instalaciones profesionales hasta pequeños observatorios de aficionados.
El hecho de que un astrónomo no profesional lo descubriera refuerza la idea de que la exploración del universo sigue siendo un campo abierto, donde la curiosidad individual puede adelantarse incluso a los proyectos más sofisticados.
Lo que viene
La detección de 2I/Borisov también impulsa el desarrollo de nuevos proyectos de vigilancia del cielo. El Vera Rubin Observatory, que pronto entrará en funcionamiento en Chile, promete multiplicar la capacidad de encontrar objetos interestelares. Con él, será cuestión de tiempo antes de que detectemos al tercer visitante, y tal vez al cuarto, y al quinto.
Cuando eso ocurra, la historia de Borisov se verá como el capítulo inicial de una nueva era de descubrimientos. Cada nuevo objeto será como una botella lanzada al océano cósmico, portadora de secretos sobre los mundos que nunca veremos de cerca.
Una ventana al infinito
La fugaz visita de 2I/Borisov nos recuerda que no estamos aislados en el cosmos. Los sistemas estelares intercambian fragmentos de sí mismos, compartiendo químicas y materiales a lo largo de la galaxia. Estos cometas viajeros son testigos de la universalidad de los procesos que dieron lugar a la Tierra, al Sol y, en última instancia, a nosotros.
En lugar de ver a Borisov como un extraño, podríamos considerarlo un pariente lejano, un mensajero que nos une con los incontables sistemas que pueblan la Vía Láctea. Su paso fugaz fue breve, pero su huella en nuestra comprensión del universo será duradera.
El cielo aún guarda secretos que esperan ser descubiertos
El estudio de 2I/Borisov es solo el principio. Cada visitante interestelar que detectemos abrirá nuevas preguntas y posibilidades, obligándonos a mirar más allá de nuestro pequeño rincón cósmico. Lo fascinante es que quizás, en el próximo encuentro, no solo recibamos respuestas, sino también más pistas de que el universo está lleno de historias compartidas, esperando a ser leídas por quienes se atrevan a investigar.
Fuentes
https://www.nasa.gov/feature/goddard/2019/hubble-space-telescope-captures-interstellar-comet-2iborisov
https://www.eso.org/public/spain/news/eso1919/
https://www.nature.com/articles/d41586-019-02728-4
https://iopscience.iop.org/article/10.3847/2041-8213/ab6206
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