La mentira sobre la perrita Laika

Era rusa. Y se llamaba Laika.

Así comienza no solo una canción popular, sino también uno de los capítulos más tristes de la historia de la exploración espacial. Una historia que combina avances científicos, propaganda política y una profunda controversia ética. La protagonista: una perrita callejera de Moscú, que fue enviada al espacio sin posibilidad de regresar.

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Esta es la verdadera historia de Laika, el primer ser vivo en orbitar la Tierra… y también el primer ser sacrificado deliberadamente en nombre del progreso científico.

Índice
  1. Contexto histórico: la Guerra Fría y la carrera espacial
  2. La decisión: enviar a una perra callejera a una muerte segura
  3. El lanzamiento: gloria soviética y sacrificio animal
  4. La mentira de 45 años: la verdadera causa de su muerte
  5. Repercusiones éticas: ¿valió la pena?
  6. Homenajes y memoria: la redención simbólica
  7. Conclusión: una lección desde la órbita

Contexto histórico: la Guerra Fría y la carrera espacial

Corre el año 1957. El mundo está dividido en dos grandes bloques: el capitalista, liderado por Estados Unidos, y el comunista, encabezado por la Unión Soviética. En plena Guerra Fría, la competencia por el dominio tecnológico y militar se traslada también al espacio.

El 4 de octubre de ese año, la URSS lanza el Sputnik I, el primer satélite artificial de la historia. El éxito provoca un verdadero shock en Occidente: por primera vez, el cielo está siendo conquistado... por los soviéticos. El mensaje es claro: si pueden poner un satélite en órbita, también podrían poner bombas nucleares.

La victoria simbólica del Sputnik I da alas al líder soviético Nikita Khrushchev, quien desea consolidar su poder político y humillar aún más a Estados Unidos. Así que ordena algo aún más audaz (y más peligroso): lanzar al espacio otro satélite, esta vez con un ser vivo a bordo, para conmemorar el 40º aniversario de la Revolución Bolchevique, el 7 de noviembre de 1957.

La decisión: enviar a una perra callejera a una muerte segura

En los laboratorios soviéticos se acelera la construcción del Sputnik 2, un artefacto más grande y complejo que su predecesor. Tiene una cápsula presurizada, un sistema de ventilación y sensores biomédicos. Pero hay un problema: no incluye ningún mecanismo de retorno a la Tierra. Se trata de una misión suicida desde el principio.

Para la URSS, el objetivo es simple: demostrar que un ser vivo puede sobrevivir en el espacio, aunque solo sea durante unas pocas horas. La vida del animal no es una prioridad. La propaganda, sí.

Entre varios candidatos, los científicos eligen a una perrita mestiza encontrada en las calles de Moscú. Su nombre era originalmente Kudryavka (“la de rizos”), pero sería conocida mundialmente como Laika, que en ruso significa “ladradora”.

Laika tenía unos tres años, pesaba seis kilos y tenía un temperamento tranquilo, ideal para soportar la claustrofobia del viaje espacial. Fue entrenada durante semanas en condiciones extremas, expuesta a ruidos, vibraciones y espacios reducidos para simular el ambiente del cohete.

El lanzamiento: gloria soviética y sacrificio animal

El 3 de noviembre de 1957, el Sputnik 2 despegó desde Baikonur con Laika a bordo. Fue un éxito técnico rotundo: por primera vez, un ser vivo alcanzaba la órbita terrestre.

La noticia dio la vuelta al mundo. La URSS lo celebró como un triunfo incuestionable de la ciencia socialista. Se publicaron dibujos de Laika en carteles, sellos, canciones y hasta en etiquetas de cervezas. Era una heroína nacional.

Sin embargo, pronto surgieron las preguntas:
¿Qué pasaría con Laika? ¿Volvería a casa?

La respuesta oficial durante décadas fue engañosa. Las autoridades soviéticas afirmaron que Laika sobrevivió varios días en el espacio y que finalmente fue sacrificada sin dolor, mediante eutanasia controlada.

Pero la verdad era otra.

La mentira de 45 años: la verdadera causa de su muerte

Durante décadas, el destino final de Laika fue un misterio. No fue hasta 2002, cuando científicos rusos involucrados en el programa espacial confesaron lo ocurrido: Laika murió entre las cinco y las siete horas posteriores al despegue, por sobrecalentamiento y estrés extremo.

El sistema de control térmico del Sputnik 2 falló poco después de entrar en órbita. La cápsula se convirtió en un horno. Laika murió acostada, respirando con dificultad y con el corazón latiendo a más del doble de lo normal. No hubo eutanasia, ni sueño tranquilo, ni despedida digna.

El satélite, sin embargo, orbitó la Tierra durante cinco meses más, con el cadáver de Laika en su interior. Finalmente, se desintegró al reentrar en la atmósfera, el 14 de abril de 1958.

Repercusiones éticas: ¿valió la pena?

El sacrificio de Laika abrió un debate internacional sobre los límites de la experimentación con animales. Aunque muchos científicos reconocieron el valor de la misión para los futuros vuelos humanos, también comenzaron a cuestionar el coste moral de enviar a un ser vivo a una muerte segura.

En palabras de Oleg Gazenko, uno de los principales científicos del programa:

“Cuanto más pasa el tiempo, más lo lamento. No deberíamos haberlo hecho… no aprendimos lo suficiente como para justificar la muerte del animal”.

La historia de Laika impulsó reformas éticas en los programas espaciales. En misiones posteriores, tanto la URSS como Estados Unidos implementaron medidas para recuperar a los animales vivos. Aun así, el daño ya estaba hecho.

Homenajes y memoria: la redención simbólica

Laika nunca volvió. Pero no fue olvidada.

En Moscú, cerca del centro de investigación donde fue entrenada, se erigió en 2008 un monumento en su honor: una figura de bronce de Laika sobre un cohete.

Además, su imagen sigue viva en libros infantiles, películas, cómics y canciones. Mecano, con la canción que da comienzo este artículo, nos hizo enamorarnos de esta heróica perrita. Incluso David Bowie la menciona indirectamente en “Space Oddity”, y la banda Arcade Fire le dedicó el tema “Laika”.

También ha sido inspiración para reflexionar sobre el lugar de los animales en la ciencia y nuestra responsabilidad como especie dominante. Hoy, su historia sirve como advertencia y como símbolo: el precio del progreso no puede ser el sufrimiento silencioso de los más inocentes.

Conclusión: una lección desde la órbita

Laika no eligió ser astronauta. No conocía la gloria ni el patriotismo. Solo obedeció, con la fidelidad que caracteriza a los perros. Fue víctima de una época en la que la urgencia política eclipsaba la compasión.

Su historia nos recuerda que el avance científico, por brillante que sea, debe ir acompañado de ética, humanidad y responsabilidad. Y que la memoria de los que pagaron con su vida —aunque no fueran humanos— merece ser honrada.

Laika no volvió. Pero su historia sigue orbitando, como una herida en la memoria del espacio.

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